Los trastornos de la interacción intestino-encéfalo se caracterizan por síntomas gastrointestinales provocados por factores de hipersensibilidad visceral, como alteración de la motilidad, alteración de la microbiota, la función mucosa e inmunitaria y trastornos del procesamiento del sistema nervioso central. El diagnóstico es clínico. El tratamiento consiste en la modificación de la conducta para los síntomas leves y la terapia farmacológica para los síntomas más graves.
Los trastornos de la interacción intestino-encéfalo (antes conocidos como enfermedad gastrointestinal funcional) son frecuentes. Los trastornos de la interacción intestino-encéfalo pueden manifestarse con síntomas del aparato digestivo alto o bajo.
Los trastornos de la interacción intestino-encéfalo en general incluyen una amplia gama de trastornos, clasificados como esofágicos, gastroduodenales, intestinales, de origen central, de la vesícula biliar y del esfínter de Oddi, anorrectales y funcionales de la infancia (1).
El síndrome del intestino irritable (IBS) es el trastorno de la interacción intestino-encéfalo más común. Los pacientes con síndrome del intestino irritable presentan hipersensibilidad visceral, una alteración de la nocicepción por la que perciben molestias causadas por sensaciones (p. ej., distensión luminal, peristalsis) que otras personas no hallan molestas. Los pacientes con trastornos de la interacción intestino-encéfalo se clasifican según los síntomas relacionados con una combinación no solo de hipersensibilidad visceral sino también de alteración de la motilidad, microbiota alterada, función inmune y mucosa y procesamiento del sistema nervioso central (1).
Ejemplos de otros trastornos clasificados como trastornos de la interacción intestino-encéfalo incluyen estreñimiento funcional, dispepsia funcional, síndrome de vómitos cíclicos, globo, síndrome de rumiación, síndrome de dolor abdominal de origen central, y cólico del lactante.
Muchos médicos interconsultores y especialistas gastroenterólogos consideran que los trastornos de la interacción intestino-encéfalo son difíciles de diagnosticar y tratar. Una anamnesis y un examen físico detallados (como se describe en Evaluación del paciente gastrointestinal) ayudan a guiar las pruebas para excluir etiologías orgánicas de los síntomas. Los criterios de Roma IV se deben utilizar para diagnosticar trastornos específicos de la interacción intestino-encéfalo (1) (véase Rome Foundation).
Una interacción médico-paciente eficaz debe reconocer los síntomas del paciente y proporcionar empatía. Es esencial educar al paciente en un lenguaje fácil de entender sobre la causa del dolor (2). La educación puede incluir la revisión de los resultados normales previos, la explicación de los diferentes umbrales para el dolor en los pacientes y el abordaje de los factores conductuales que pueden exacerbar los síntomas. El establecimiento de expectativas es un componente importante de la relación médico-paciente, ayuda a manejar los síntomas , y puede reducir la utilización innecesaria de atención médica por parte del paciente.
El tratamiento suele comenzar con una modificación de la conducta para los síntomas leves y terapia farmacológica para los síntomas más graves. Los opioides deben evitarse en pacientes con trastornos de la interacción intestino-encéfalo, tanto porque afectan la motilidad gastrointestinal como por su capacidad de generar dependencia.
Referencias
1. Drossman DA. Functional gastrointestinal disorders: History, pathophysiology, clinical features, and Rome IV. Gastroenterology. 2016;150:1262–1279. doi: 10.1053/j.gastro.2016.02.032
2. Keefer L, Ko CW, Ford AC. AGA clinical practice update on management of chronic gastrointestinal pain in disorders of gut-brain interaction: Expert review. Clin Gastroenterol Hepatol. 2021;19(12):2481–2488.e1. doi: 10.1016/j.cgh.2021.07.006
