Gripe

La gripe está causada por uno de varios tipos de virus que pueden transmitirse rápidamente de persona a persona a través de partículas en el aire. Si las partículas se inhalan, estas viajarán por la tráquea dirigiéndose hacia vías respiratorias cada vez más pequeñas. En este punto, la proteína del pico en la superficie de un virus puede unirse a otras proteínas en las células que recubren las vías respiratorias. Entonces la célula absorbe el virus, el cual actúa como una especie de fábrica para la replicación vírica. La superficie celular libera los virus recién formados y estos se diseminan por todo el aparato respiratorio.

Los tejidos infectados se hinchan y se inflaman, causando síntomas como tos, dolor de garganta y secreción nasal o congestión nasal. A medida que el virus continúa propagándose por el torrente sanguíneo y hacia todo el cuerpo, se desarrollan otros síntomas, como fiebre, dolor de cabeza, dolores musculares y fatiga extrema.

Afortunadamente, entra en juego el sistema inmunológico del cuerpo para ayudar a combatir a los invasores extranjeros. En el torrente sanguíneo, las células inmunitarias específicas llamadas células B (linfocitos B) reconocen la proteína del pico presente en los virus y comienzan a multiplicarse. El ejército de células inmunitarias produce entonces anticuerpos que se unen a la proteína del pico, marcando el virus para su destrucción. Las células inmunitarias ingieren y destruyen los virus al reconocer los anticuerpos adheridos a las superficies virales, dejando al ejército de clones de células B listo para combatir el virus si vuelve a entrar en el cuerpo.

Las vacunas contra la gripe también utilizan esta vía para protegerle del virus. En realidad, la vacuna contiene fragmentos inofensivos de los virus que preparan al sistema inmunológico para una invasión vírica. Sin embargo, el virus de la gripe muta o cambia notablemente, de modo que el sistema inmunológico no reconoce al nuevo virus, que puede infectar a los que han sido vacunados.

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