Las personas sanas conviven en armonía con la mayor parte de los microorganismos que se establecen sobre determinadas partes no estériles de su cuerpo o en su interior (las colonizan), como la piel, la nariz, la boca, la garganta, el intestino grueso y la vagina. Los microorganismos que suelen encontrarse normalmente en ciertas partes de nuestro organismo se conocen como flora saprófita. Las células de la flora saprófita superan en número a nuestras propias células en una proporción de 10 a 1. Los microorganismos que colonizan a una persona durante cortos periodos de tiempo (horas o semanas) pero que no se establecen en él de forma permanente se conocen como flora transitoria.
La flora saprófita comprende diferentes tipos de microorganismos según el lugar donde se encuentren. Lo normal es que algunas zonas del cuerpo humano estén colonizadas por cientos de diferentes tipos de microorganismos. Diversos factores medioambientales, como la alimentación, el consumo de antibióticos, las condiciones sanitarias, la contaminación atmosférica y los hábitos higiénicos, influyen en el desarrollo de las especies que constituyen la flora saprófita de un individuo. Si esto se altera de forma transitoria (por ejemplo, por el lavado de la piel o por el consumo de antibióticos) la flora saprófita pronto se recupera por sí misma.
En vez de causar enfermedades, la flora saprófita a menudo protege a nuestro organismo contra las infecciones causadas por otros microorganismos. En determinadas circunstancias, los microorganismos que forman parte de la flora saprófita de una persona provocan alguna enfermedad. Estos trastornos incluyen
Uso de antibióticos
Lesiones o intervenciones quirúrgicas
Un sistema inmunitario debilitado (como ocurre en personas con infección por el VIH, cáncer o pacientes tratados con corticoesteroides o quimioterapia).
En ocasiones, cuando los antibióticos utilizados para tratar una infección tienen un amplio espectro de acción, acaban con una gran proporción de los gérmenes que constituyen la flora saprófita y permiten que crezcan otras bacterias u hongos indeseables. Por ejemplo, si una mujer toma antibióticos para una infección de la vejiga, los antibióticos destruyen parte de la flora saprófita, lo que permite que se multipliquen algunas levaduras en la vagina y se produzca una infección vaginal por hongos.
Las lesiones o, a veces, una intervención quirúrgica, pueden permitir que la flora residente penetre en áreas que se supone que no tienen bacterias, causando una infección. Por ejemplo, un corte en la piel puede permitir que la flora residente cause una infección debajo de la piel. La cirugía en el intestino grueso permite a veces que la flora residente en el intestino se derrame en áreas estériles del abdomen y cause una infección muy grave.
(Véase también Introducción a las enfermedades infecciosas.)